- ¡Ven aquí! ¡Ponte a ayudar a tu madre ahora mismo! – el hombre con el ceño fruncido y las manos en la cintura hizo un gesto con el dedo indicando a sus pies mientras gritaba a viva voz a su hijo que corría en dirección opuesta a él volviéndose solo para sacarle la lengua y seguir corriendo.
Esta escena era bastante común. El padre enojado volvía a la casa sacudiendo la cabeza en negativa y la madre a escondidas reía de la osadía de su hijo mientras continuaba su laboriosa tarea en la granja.
- ¡Sigfried! ¡Que vengas aquí te digo! – el niño suspiró desde un costado.
- Estoy aquí papá.. – el padre masculló algo entre dientes y sacudiendo la cabeza comenzó a dar grandes zancadas hacia el otro que continuaba corriendo y riendo desafiante y alocado como siempre.
Un par de golpes a mano abierta en las nalgas del niño resonaron en el silencio del cuarto mientras el otro observaba desde un rincón la reprimenda. El padre sentó a su pequeño en su regazo y con el gesto adusto que había ganado durante todos sus años de servicio como caballero del templo de Torm observo al niño mientras a mano limpia enjugaba sus lágrimas.
- Debes aprender a comportarte como un caballero, debes aprender a ser disciplinado, servicial, ayudar a los demás en sus tareas, comenzar desde ahora hijo, pues cuando crezcas deberás cumplir con tareas mucho más grandes y tendrás que saber llevar la disciplina y el servicio como tu estandarte. – el niño lo miró como siempre hacía y no dijo nada. El otro se acercó algunos pasos y susurró:
- Buenas noches padre
- Buenas noches hijos – el hombre se puso en pie dejando al niño de pie junto a su hermano y salio de la pequeña habitación. Los niños se acostaron y durmieron rápidamente, mañana les esperaba un nuevo día de trabajo y varias tareas que cumplir.
- Nessan…Nessan… ¿otra vez sueñas despierto? – la dulce voz de la mujer hizo que el muchacho volviera en sí entrecerrando los ojos y sacudiendo la cabeza levemente mientras sonreía.
Un rayo de luna se coló por la ventana abierta, apenas cubierta por una cortina de tela rasgada que el viento mecía inundando el cuarto con el aroma a humedad del riacho cercano.
Hacía calor, pero ella lo abrazaba pegando su cuerpo delicado vestido de sábanas a la blanca piel del muchacho.
- A veces pareciera que no estuvieses aquí, es como si te fueras a otro lugar, a otra realidad, tu cuerpo se queda estático y tus ojos se ponen opacos de nostalgia… ¿en qué piensas entonces? - ella apoyó la mejilla en el pecho de Nessan mientras lo interrogaba.
- Recuerdo. Recuerdo como era la vida antes de todo esto, recuerdo …el viejo tiempo, nada más. Últimamente he estado recordando demasiado y eso hace que me pierda a veces, pero no es nada importante…
- Debe ser bastante importante para que desvíe tu atención de mi – ella fingió un tono de reproche que él no creyó – tal vez se trate de otra mujer …quizás alguna novia de tu pasado? Alguien…mejor que yo… -
- Nada es mejor que tu Elena...no me hagas repetirte que te amo cada vez que estemos juntos, sabes que no me gustan las cursilerías…solo recordaba a mi familia…lo he pensado muchas veces …quiero matar a mi hermano, deseo matar a Sigfried, pero no sirve si no puede defenderse, ahora es muy fácil…tengo que esperar, algún día crecerá. – tomó aire y guardó silencio sabiendo en el fondo que estaba mintiendo una vez más. Ella lo miró como si fuese a preguntar algo, él prefirió silenciar toda posible pregunta con un apasionado beso.
El viento agitó las sábanas y apagó las antorchas. Los relámpagos dibujaron las siluetas de los dos jóvenes abrazados en la cama ajenos a la tormenta que parecía querer partir al mundo con su lluvia de rayos. Los rugidos del cielo cubrieron el sonido de los pasos y el crujir metálico de las armaduras.
Al amanecer un rastro de barro y sangre que iba desde la cabaña hacia el río fue el único testimonio del asalto del cual las sombras habían sido cómplices y secuaces.
Nessan entreabrió los ojos cuando la lluvia comenzó a caer y las frías gotas cubrieron como un manto de tristeza su cuerpo desnudo y lastimado que yacía a la vera del arroyo.
Ni un solo rastro, ni una huella que seguir, todo había sido borrado, igual que las lágrimas amargas del muchacho quien a viva voz y con las fuerzas que le quedaban grito una maldición a aquel amanecer y solo obtuvo por respuesta el repicar de la lluvia que no cedió por tres días.