[4]Tormenta

- ¡Ven aquí! ¡Ponte a ayudar a tu madre ahora mismo! – el hombre con el ceño fruncido y las manos en la cintura hizo un gesto con el dedo indicando a sus pies mientras gritaba a viva voz a su hijo que corría en dirección opuesta a él volviéndose solo para sacarle la lengua y seguir corriendo.

Esta escena era bastante común. El padre enojado volvía a la casa sacudiendo la cabeza en negativa y la madre a escondidas reía de la osadía de su hijo mientras continuaba su laboriosa tarea en la granja.

- ¡Sigfried! ¡Que vengas aquí te digo! – el niño suspiró desde un costado.

- Estoy aquí papá.. – el padre masculló algo entre dientes y sacudiendo la cabeza comenzó a dar grandes zancadas hacia el otro que continuaba corriendo y riendo desafiante y alocado como siempre.

Un par de golpes a mano abierta en las nalgas del niño resonaron en el silencio del cuarto mientras el otro observaba desde un rincón la reprimenda. El padre sentó a su pequeño en su regazo y con el gesto adusto que había ganado durante todos sus años de servicio como caballero del templo de Torm observo al niño mientras a mano limpia enjugaba sus lágrimas.

- Debes aprender a comportarte como un caballero, debes aprender a ser disciplinado, servicial, ayudar a los demás en sus tareas, comenzar desde ahora hijo, pues cuando crezcas deberás cumplir con tareas mucho más grandes y tendrás que saber llevar la disciplina y el servicio como tu estandarte. – el niño lo miró como siempre hacía y no dijo nada. El otro se acercó algunos pasos y susurró:

- Buenas noches padre

- Buenas noches hijos – el hombre se puso en pie dejando al niño de pie junto a su hermano y salio de la pequeña habitación. Los niños se acostaron y durmieron rápidamente, mañana les esperaba un nuevo día de trabajo y varias tareas que cumplir.

- Nessan…Nessan… ¿otra vez sueñas despierto? – la dulce voz de la mujer hizo que el muchacho volviera en sí entrecerrando los ojos y sacudiendo la cabeza levemente mientras sonreía.

Un rayo de luna se coló por la ventana abierta, apenas cubierta por una cortina de tela rasgada que el viento mecía inundando el cuarto con el aroma a humedad del riacho cercano.

Hacía calor, pero ella lo abrazaba pegando su cuerpo delicado vestido de sábanas a la blanca piel del muchacho.

- A veces pareciera que no estuvieses aquí, es como si te fueras a otro lugar, a otra realidad, tu cuerpo se queda estático y tus ojos se ponen opacos de nostalgia… ¿en qué piensas entonces? - ella apoyó la mejilla en el pecho de Nessan mientras lo interrogaba.

- Recuerdo. Recuerdo como era la vida antes de todo esto, recuerdo …el viejo tiempo, nada más. Últimamente he estado recordando demasiado y eso hace que me pierda a veces, pero no es nada importante…

- Debe ser bastante importante para que desvíe tu atención de mi – ella fingió un tono de reproche que él no creyó – tal vez se trate de otra mujer …quizás alguna novia de tu pasado? Alguien…mejor que yo… -

- Nada es mejor que tu Elena...no me hagas repetirte que te amo cada vez que estemos juntos, sabes que no me gustan las cursilerías…solo recordaba a mi familia…lo he pensado muchas veces …quiero matar a mi hermano, deseo matar a Sigfried, pero no sirve si no puede defenderse, ahora es muy fácil…tengo que esperar, algún día crecerá. – tomó aire y guardó silencio sabiendo en el fondo que estaba mintiendo una vez más. Ella lo miró como si fuese a preguntar algo, él prefirió silenciar toda posible pregunta con un apasionado beso.

El viento agitó las sábanas y apagó las antorchas. Los relámpagos dibujaron las siluetas de los dos jóvenes abrazados en la cama ajenos a la tormenta que parecía querer partir al mundo con su lluvia de rayos. Los rugidos del cielo cubrieron el sonido de los pasos y el crujir metálico de las armaduras.

Al amanecer un rastro de barro y sangre que iba desde la cabaña hacia el río fue el único testimonio del asalto del cual las sombras habían sido cómplices y secuaces.

Nessan entreabrió los ojos cuando la lluvia comenzó a caer y las frías gotas cubrieron como un manto de tristeza su cuerpo desnudo y lastimado que yacía a la vera del arroyo.

Ni un solo rastro, ni una huella que seguir, todo había sido borrado, igual que las lágrimas amargas del muchacho quien a viva voz y con las fuerzas que le quedaban grito una maldición a aquel amanecer y solo obtuvo por respuesta el repicar de la lluvia que no cedió por tres días.

[3] Miedo



- ¿Alguna vez tuviste miedo? Miedo de la decepción, los fracasos, de elegir un camino y no poder regresar, no recordar de donde o por donde vienes ni a donde van tus pasos…o no saber como regresar a casa – la muchacha hizo silencio cuando una lágrima de color gris perla recorrió la distancia, breve en aquel momento, entre su rostro y el suelo. A su lado el hombre hincho el pecho de aire y exhaló lentamente.

- Todos tenemos miedo alguna vez y esa es una batalla más de las muchas que hay que pelear durante nuestro caminar por la vida, tal vez la más difícil, ya que el enemigo es uno mismo.

- ¿A qué le temes? - él hizo una leve sonrisa ante la pregunta de la mujer.

- A lo mismo que todos, a fracasar, a dañar a quienes amo, a perder, a elegir el camino incorrecto creyendo que es el correcto…- apoyó una rodilla en el suelo y alzó una pequeña hoja que acababa de caer del árbol mecida por la casi imperceptible brisa. Extendió suavemente la mano en un gesto, sin levantar la rodilla del suelo, ofreciéndole la hoja a la chica. Ella lo miró sonriente, pero sus ojos tornaron al instante en interrogación.

- ¿Entonces qué es lo que te hace diferente de los demás? – la brisa se hizo más fuerte repentinamente y un atardecer opaco comenzó a teñir el entorno de un frío color piedra.

- Ya es hora – murmuró casi en un tono de amargo reproche mientras ajustaba su cinturón al reincorporarse y dio algunos pasos adelante siguiendo el sentido de la brisa que ahora se transformaba rápidamente en ventisca.

- ¡Responde! – exhortó ella con tono de orden.

- Cada ser es único en si mismo, no tiene que haber algo particularmente diferente, todo es diferente a los demás, después de todo somos nuestra propia construcción y eso es lo que nos hace únicos… - volteó a mirarla un instante y luego dio algunos pasos más mientras continuó hablando – Siento miedo igual que cualquiera, pero la forma en la que lo siento es solo mía y solo yo se comprenderla…y por eso, por mis miedos, por mis alegrías y por la forma en que amo a aquellos que amo es que soy diferente de los demás…tanto como tú …

Una hoja de piedra cayó con sonido estridente sobre la roca que cubría el suelo y opacó el resonar de los pasos metálicos del muchacho que una vez más caminó sin mirar atrás en dirección opuesta al atardecer.




[2] Waterdeep

***[Capítulo 1]***



El viaje había sido lo suficientemente agotador, al menos para Mitzrael, el joven paladín, quien en los varios días en carreta que separaban Silverymoon de Waterdeep, no había podido descansar.

Pero aquí estaban, en la Ciudad del Esplendor, Waterdeep, la gran maravilla de la Costa de la Espada.

Caminaron las largas aceras hasta el sitio en el cual les sería dada la misión, fueron preguntando a uno y otro transeúnte de aquí y allá, pues todos desconocían la ciudad, así que anduvieron a tientas mucho rato.

Finalmente, luego de dar algunas vueltas y con el agotamiento haciendo mella los dos paladines y los otros dos hombres, aceptaron tomar un momento para descansar y se dirigieron hacia una pintoresca taberna, cuyo nombre, según les habían indicado, era El Portal de los Bostezos.

Allí se detuvieron un buen rato entablando una buena relación con los desconocidos que hasta el momento habían tan amablemente servido de guía en aquella enorme ciudad. Eran dos semielfos y una elfa lunar.

Zephyr, de ánimo jovial y alegre, parecía siempre bien dispuesto a ayudar y a hacer amistad con los recién llegados, principalmente con Altair, el humano guerrero que no tardaría en pasarse de copas en aquella taberna.

Nuris, el otro semielfo, de corte un tanto más reservado, pero no menos amable que los demás y Luna, una elfa lunar, señorial y hermosa, que parecía dedicarse a cantar y tocar una pequeña flauta además de contar historias para el deleite de los viajeros que paraban a reposar en aquel sitio.

Dellias D’artanis, paladín de Torm, un joven humano de unos veinticinco años fue el primero en presentarse, con la formalidad y respeto que caracterizaban a un paladín de casta noble y buena crianza.

Altair no tubo tiempo de hacerlo, la cerveza ya había hecho mella en él y la realidad se le mezclaba un poco con el ensueño propio de una borrachera.

Darav no dijo nada, permaneció silencioso y reservado como siempre había sido desde que había sido sacado por el grupo de aquella fosa bajo el templo.

El último en presentarse fue Mitzrael, aquel pequeño y particular elfo, delgado y de aspecto frágil, ojos grandes y verdes, piel casi blanca y cabello del mismo color que caía de tanto en tanto negligentemente sobre su rostro. Era un poco más alto que el normal de los elfos, muy delgado y casi siempre caminaba torpemente, del mismo modo en que solía moverse, como si no estuviese demasiado acostumbrado a caminar grandes distancias o algo le impidiera usar correctamente sus piernas.

Llevaba un peto de cuero tachonado ceñido con tres correas de cuero sobre el pecho, unos pantalones simples y botas de cuero, la vaina de la espada atada al cinturón y una capa abultada en la espalda siempre bien atada al cuello y cayendo sobre sus hombros hasta cubrirle los brazos. El símbolo sagrado de Torm colgaba de su cuello y al igual que Dellias, Mitzrael era un paladín del Leal.

En sus años de servicio para el templo de Torm, Mitzrael había acabado por darse cuenta de que por mucho que quisiera, le era bastante complicado pasar desapercibido, supuso que Luna generaba el mismo efecto en los hombres, lo cierto es que la reacción fue la misma y durante algunos instantes a ambos les fue imposible dejar de mirarse mutuamente, pero fue una mezcla de timidez y cortesía la que hizo que el paladín alejara la mirada y le ofreciera a la dama elfa una torpe reverencia, de esas que nunca le habían salido del todo bien.

El descanso concluyo con un poco de diversión y buena música para todos. Finalmente luego de insistir, Luna consiguió que Mitzrael aceptara baila con ella, aunque el baile fue muy breve, la torpeza del elfo sumada al cansancio de un largo día hicieron que tropezara y cayera arrastrando consigo a la elfa lunar.

Luego de las risas el tiempo de ocio acabó. Acompañados de Zephyr, Luna y Nuris, los dos humanos, el semielfo y el elfo, partieron en busca de la casa del hombre que se suponía debía darles información importante.

Al llegar allí una misión urgente les fue encomendada, debían entrar en una cueva en las afueras de la ciudad, buscar a un Ogro y hacer que éste aceptara venir hasta la ciudad y hablar con el Lord que los enviaba. Se les dio permiso para contratar gente que los acompañase en tal empresa.

A simple vista no parecía fácil, y no lo era en verdad.

Mitzrael sin embargo siempre tenía fe en acabar con éxito sus misiones, tal y como el dogma de su dios lo exigía, en aquel momento, un solo pensamiento invadió su mente: por qué tenía que ser en una cueva?

Fueron advertidos de que en aquel lugar podían encontrar innumerables peligros, incluso supieron, por comentarios de Luna, que aquellos que se adentraban en esa cueva no salían con vida .

- De todos modos, digan lo que digan del lugar, la misión que nos ha sido encomendada debe ser cumplida, así que mi compañero Dellian y yo entraremos – dijo firmemente Mitzrael esperando un gesto de asentimiento por parte del otro paladín, el cual sin dudarlo afirmó las palabras del elfo, comenzando ya a caminar en dirección a la entrada de la cueva.

Darav y Altair lo siguieron, Zephyr y Nuris también, ya que la paga que les fue ofrecida por el Noble y que les sería entregada por Mitrael, sonaba bastante prometedora, y además, ambos tenían un interés particular en seguir a aquel misceláneo grupo de recién llegados valientes. Luna prefirió no entrar, saludo a sus compañeros desde la puerta y se quedó allí aguardando un pronto y feliz regreso.

Los pasos de los aventureros resonaron en la roca limpia mientras avanzaban por la cueva. Se adentraban a una oscuridad aterciopelada en la cual todo parecía demasiado calmo, y sin embargo, demasiado vivo como para no ser peligroso.

Zephyr iba delante con todo sigilo y dedicación intentando buscar posibles trampas en las que pudiesen caer. Dellias le seguía así como todos los demás.

Llegaron a una habitación que parecía ser inmensa en la negrura total de la oscuridad plena. Las antorchas solo iluminaban escasos metros delante y no se veía pared alguna que marcara el final de aquel cuarto.

Una repentina lluvia de flechas tomó por sorpresa a los jóvenes que pugnaban por ganar un poco de visual para determinar donde se hallaba sus enemigos y quienes o qué eran.

Muy pronto lo supieron y muy bien, eran trasgos, una buena cantidad de ellos. Todos, armas en mano, comenzaron el combate en desventaja, no podían determinar cual sería el siguiente paso del enemigo ya que les era prácticamente imposible verlos en aquella espesa e inmensa negrura proyectada en la amplia sala.

Altair tomó sus dos espadas y con maestría combatió utilizando el majestuoso estilo en el cual tanto se había entrenado. Zephyr y Nuris, dagas en mano intentaron hacer lo suyo, Dellias se puso al frente de batalla cubriéndose y cubriendo a Altair con su escudo para aminorar el daño de la lluvia de flechas que a intermitencia caía sobre ellos.

Mitzrael pugnaba por llegar al ahora inerte cuerpo de Darav que yacía inconsciente en el suelo por causa del daño provocado por las flechas. El combate se tornaba difícil y riesgoso, pero todos se mostraban diestros en sus habilidades tanto para el combate como de soporte al grupo.

Finalmente el elfo utilizo su propia espalda como escudo de la siguiente ráfaga de flechas mientras tomaba el cuerpo de Darav elevando una plegaria a Torm e imponiendo sus manos desnudas sobre el pecho del semielfo a fin de, aunque más no fuera, detener el sangrado.



[[[[[[FALTA CONTINUACIÓN (mañana la subo)]]]]]










[1] Hojas del primer otoño

***[Preludio]***




- Y eso cuándo va a ser?

- Cuando él sepa la verdad va a encontrar el camino por si solo.

- Ahm….y…qué verdad es esa?

- Que hay un lugar donde siempre todos somos…lo mismo. No importa raza, nombre, credo, nada…ahí todos somos iguales, todos valemos igual y todos tenemos el mismo derecho de estar… lo difícil es…llegar hasta ahí y permanecer … - ella lo observó notando el gesto en su mirada clavada ahora en algún punto distante y sonrió alegremente – Vas a cuidar de él hasta que encuentre su camino?

- Te di mi palabra de que lo haría, aunque no se como, supongo que sobre la marcha tendré que aprender…No sería más fácil si le dijera que estás aquí y como llegar? No sería realmente más simple si tu misma le guiaras por ese camino del que hablas? – ella negó levemente con la cabeza mientras el pelo le caía llovido sobre las mejillas al inclinarse para recoger una hoja de color gris que acababa de caer del árbol cercano y aún era mecida por el perfume del viento –

- No. No puedo. Es mi condición, no me está permitido volver a él. Es él quien tiene que llegar hasta mí, solo así podremos recuperarnos el uno al otro… por eso te he pedido que cuides de él hasta que ese momento llegue… pero… - pareció consternarse y en su rostro la preocupación se marcó en su entrecejo fruncido durante un momento – si le dijeras de mí, si se enterase antes de tiempo… las puertas jamás se abrirían, las cadenas jamás se cortarían…

- Ahm… no te preocupes… no diré nada, ni siquiera sabrá de mi…

Una hoja de color azul se meció por unos instantes en el viento y finalmente fue a dar a la mano del muchacho, quien la rozó dejándola en libertad seguir su curso.

- Es tiempo... -dijo ella mientras miraba el estallido de color del atardecer, él asintió dando algunos pasos hacia delante.

- Te he dado mi palabra, y espero que la brisa me sepa traer nuevamente hacia ti para poder compartir estos breves instantes. Me es agradable tu cálida compañía. Pero hay algo… tú… tu conoces mi nombre y me conoces… crees que sea tiempo de que yo sepa el tuyo? - el muchacho la miró a los ojos con una sonrisa casi infantil. Ella respondió de la misma manera mientras daba unos pasos atrás y apoyaba su espalda en el árbol del cual ahora llovían hojas que iban transformándose en cadenas a la luz del atardecer y envolviendo el cuerpo grácil de la pequeña.

El tiempo se agotaba, así que él hizo un leve gesto con la mano y giró la cabeza comenzando su marcha. La brisa tornó en viento y trasportó el sonido de sus botas metálicas por todo el valle. El último rayo de luz trajo a sus oídos el dulce tono de aquella niña:

- Zima…

Él sonrió apenas, luego todo fue oscuridad.




***

(algo de música para ambientar)